Miércoles 13 Junio 2012 at 9:31 pm.
Se cierran aulas, escuelas rurales, aumenta el número de
alumnos por aula, etc. Todo ello se traducirá en más personas en paro,
con una precaria situación en su vida cotidiana y con gran
incertidumbre. Paralelamente los alumnos verán deteriorada, una vez más
(que ni se sabe por cuál vamos ya), sus condiciones en el aula y en el
aprendizaje, enseñándoles con ejemplos claros como es aquello del “vamos pa´tras como los cangrejos”
.
Sin embargo, y aún apoyando y haciendo nuestra la oposición a los recortes, queremos manifestar que se está tendiendo a idealizar la escuela pública como un gran ejemplo de modelo de enseñanza al que tal vez hubiera de cambiársele determinados aspectos. Ésto es falso, la escuela pública tiene que cambiar desde la raíz.
En primer lugar porque no es pública, es estatal, y la diferencia es notable por cuanto no es gestionada por los directamente afectados, si no controlada, dictada, por una élite
con pocos intereses en educación y muchos en el mercado y la
competitividad. Además de ello sale cara, muy cara para las familias, ya
que eso de escuela gratuita en una mentira como una pirámide de grande.
La escuela es aborrecida, literalmente, por aquellos
a los que en teoría va dirigida, los alumnos. Lo primero que se enseña
en una clase es a obedecer (a un reloj y a un adulto), a obedecer sin
rechistar y con un aparato coercitivo detrás de todo aquel que no
comulgue con las imposiciones (justas o injustas), que simplemente
discrepe (y no nos referimos a los quinquis), personificado en la inquisitoria figura del Jefe de Estudios.
No hay rastro en la escuela pública de un
aprendizaje, de una aprehensión de conocimientos sincera. Solo se
evalúan las capacidades memorísticas del alumnado (que vomita
lo estudiado en un examen y si te he visto no me acuerdo), exigiendo
además, unos conocimientos que de poco sirven en la vida y en los
trabajos (lo que es su principal cometido).
El profesorado es sumido en la inanición por el
sistema, pasando año tras año sin pena ni gloria, sin perspectivas ni
retos personales, sin amor por la pedagogía y, en última instancia,
aborreciendo a los inocentes, los alumnos.
Así que una vez llegado este momento, en el que lo
que conocíamos como público está llegando a su fin a pasos agigantados
(éste es sólo uno más, la universidad lleva años padeciéndolo con un
PSOE que hoy en el Principado nos pide un margen que no ha de tener tras
años de lucha contra esta enseñanza), debemos afrontar la lucha en pos
de un cambio.
Debemos oponernos a los recortes con toda nuestra fuerza por cuanto suponen un empeoramiento en las actuales condiciones, pero no nos quedemos ahí. Debemos exigir y reclamar un mayor protagonismo de los actores de la educación, profesores y, sobre todo, padres y alumnos
para hacer de la escuela algo público y social de verdad, alejada de
politicuchos y criterios económicos, extendiendo métodos de enseñanza
como el que actualmente se utilizan en escuelas como la de Paideia
(Mérida).
¡Contra los recortes!
¡Por una escuela en la que se eduque y no se creen autómatas!
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