Residuos de solidaridad, contaminación improbable
Hasta un tertuliano televisivo podría verlo: el capitalismo es la institucionalización de la avaricia o, lo que es lo mismo, un sistema económico y político cuyo sistema de valores está basado en el canibalismo social. La canibalización de la sociedad es un logro que el capitalismo está llevando a límites de perfeccionamiento y eficiencia probablemente desconocidas en la historia de la humanidad. Pese a todo se puede ver que en las sociedades occidentales actuales perviven, pese a todo, diversas formas de ayuda entre personas.Aunque sea bastante discutible, habrá personas que consideren la caridad una forma de apoyo a otros seres humanos que se encuentren en estado de necesidad más o menos imperiosa. La caridad o la limosna es el escondite de la complicidad con el estado de cosas actual, es el extremo contrario de la justicia social, el agujero de la dependencia de unos hacia otros y, por tanto, una ayuda entre desiguales, una forma de paternalismo que sólo puede ser justificado bajo las diferentes formas de dominación que desde tiempos ancestrales han sostenido las religiones de aquí y allá. Si fuese una forma de ayuda sería la que consigue denigrar a los individuos.
La práctica de la caridad tiene una larga historia y, por supuesto, no se puede decir que haya sido la única forma de ayuda entre personas en las culturas occidentales pues han existido y existirán siempre formas de solidaridad ajenas a estas prácticas. No obstante, a la caridad se pueden sumar otras formas bastardas de ayuda que han surgido en las sociedades modernas.
Dicen los intelectuales que con la consolidación de los estados modernos se ha impuesto la ideología de la eficiencia y con ello surgió la ambición (en los dos últimos siglos más o menos) del monopolio de la “solidaridad”. El Estado que ha pretendido erigirse en intermediario, gestor y organizador de todas las relaciones entre personas e instituciones en las sociedades occidentales ha consolidado de forma extraordinaria una red de instituciones que han pretendido convertirse en los monopolizadores de la solidaridad. La “solidaridad”, tal y como la ponen en marcha los Estados, carece de valores positivos, por ser una forma de caridad modernizada es la eficiencia en el terreno de la ayuda que no tiene como fin acabar con las desigualdades sino simplemente trata de evitar que las contradicciones que genera el sistema económico-político capitalista se conviertan en un problema para la perpetuación del mismo.
Con la modernización de la caridad, que supone la sistemática búsqueda de la eficiencia en ese campo, nace la figura del profesional de la caridad o de la ayuda que se convierte por obra y gracia del sistema en engranaje que tiene entre otras consecuencias la separación de cualquier forma de ayuda entre personas de la vida cotidiana de éstas para llevarlo al campo de las instituciones burocráticas que se manejan en el ámbito de la dualidad profesional-usuario ajeno a las relaciones entre iguales. Con la profesionalización de la ayuda o apoyo se consolida la fragmentación del ser humano que hace que todos los elementos aparentemente inalienables de su condición sean puestos en manos de profesionales que se convierten de este modo en herramientas que contribuyen a separar las diferentes facetas humanas en compartimentos aislados.
En paralelo al desarrollo del neoliberalismo las estructuras estatales de caridad o ayuda han cedido multitud de espacios a las empresas de la solidaridad y las ONG’s. Las primeras llevan las lógicas estatales antes descritas al mundo del mercado, las segundas reproducen las mismas estructuras de dominación, eso sí, sin las ambiciones económicas de aquéllas. La caridad en el mundo neoliberal se contagia de sus principios que la conducen por la obsesión neoliberal de convertir todo en un elemento más de la sociedad del espectáculo-consumo. Vacía de contenido la ayuda o caridad es objeto de campañas publicitarias que la igualan a televisores, zapatillas de deporte, automóviles, espumas de afeitar, cremas antiarrugas, etc.
Alejadas de las realidades marcadas por todas las formas de caridad que parten de la ayuda entre desiguales han existido a lo largo de la historia diversas formas de cooperación o solidaridad. La solidaridad es un principio básico de apoyo entre semejantes que parte de la sencilla premisa enunciada en un conocido himno anarquista que dice «yo por ellos madre, y ellos por mí».
La solidaridad y relaciones sólidas
Las sociedades capitalistas de las últimas décadas han sido denominadas por algún sociólogo como las “sociedades líquidas”. La fragilidad que caraceriza las relaciones de las personas en este entorno está claramente relacionado con el pobre sentido de la solidaridad que se percibe en ellas. El enorme debilitamiento o, incluso, la desparición de cualquier forma de valor comunitario es otro punto a tener en cuenta. Todo esto, y muchos otros elementos, configuran un individuo con un pobre sentido de la empatía. La empatía, la capacidad de ponerse en la piel del otro, surge con mucha más espontaneidad cuanto mayor grado de igualdad exista entre individuos. Es mucho más fácil sentir empatía por alguien con el que siente que se comparte algo que con aquel con el que se cree compartir poco o nada. De ahí que las sociedades estatal-capitalistas sean amantes de las estructuras complejas en todos los ámbitos, comenzando, como no podía ser de otra manera, por las estructuras sociales complejas donde la enorme diferenciación de matices entre clases dificulta sentir como iguales a otros individuos. Esto obviamente sólo es un ejemplo de la enmarañada realidad social y cultural de este tipo de sociedades.
Asociarse y crear comunidad como valor definidor del individuo sirve para crear sólidos pilares de realidad ajenos a la mercantilización de las relaciones entre personas. Los anarquistas somos firmes defensores de este modo de entender las cosas, pese a que la filosofía política hegemónica, el liberalismo, ha conseguido arraigar entre los occidentales de casi todas las clases, culturas y condiciones la idea de que libertad es individualismo, es la más absoluta desposesión. Nada más lejos de la realidad, esa forma de entender la libertad no es simplemente una idea abstacta, es, ante todo, un concepto perfecto para la legitimación de la sociedad de lobos y corderos en la que nos ha tocado vivir.
Texto extraído de la Publicación Anarquista Impulso nº 1
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