La cárcel no impide que se produzcan actos
antisociales. Multiplica su número. No mejora a los que pasan tras sus muros.
Por mucho que se reforme, las cárceles seguirán siendo siempre lugares de
represión, medios artificiales, como los monasterios, que harán al preso cada
vez menos apto para vivir en comunidad. No logran sus fines.
Degradan la sociedad. Deben desaparecer. Son
supervivencia de barbarie mezclada con filantropía jesuítica.
El primer deber del revolucionario será abolir las
cárceles: esos monumentos de la hipocresía humana y de la cobardía. No hay
porque temer actos antisociales en un mundo de iguales, entre gente libre, con
una educación sana y el hábito de la ayuda mutua. La mayoría de estos actos ya
no tendrían razón de ser. Los restantes serían sofocados en origen.
En cuanto a aquellos individuos de malas tendencias
que nos legará la sociedad actual tras la revolución, será tarea nuestra
impedir que ejerciten tales tendencias. Esto se logrará ya muy eficazmente
mediante la solidaridad de todos los miembros de la comunidad contra tales
agresores. Si no lo lográsemos en todos los casos, el único correctivo práctico
seguiría siendo tratamiento fraternal y apoyo moral.
No es esto una utopía. Se ha hecho ya con individuos
aislados y se convertirá en práctica general. Y estos medios serán mucho más
poderosos para proteger a la sociedad de actos antisociales que el sistema
actual de castigo que es fuente constante de nuevos delitos.
Precioso. Nótese el uso de la palabra "fraternal" que, poco a poco, nos están haciendo eliminar del vocabulario para sustituirla por "solidario". Y no es lo mismo.
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