miércoles, 5 de septiembre de 2012

La victoria de Pussy Riot

Pussy RiotLas integrantes del colectivo Pussy Riot están dando una lección de honestidad a todo el mundo. Su único crimen, además de ser mujeres jóvenes contestatarias, es hacer una crítica a la situación política de su país –por desgracia muy extendida y común a todas las llamadas democracias occidentales–, en donde la separación entre Iglesia y Estado es tan solo un supuesto, un prerrequisito ideal. Denunciar las injerencias entre las esferas civiles y eclesiásticas se reprime bajo la acusación de blasfemia. En definitiva, se utiliza la ley bíblica, tamizada por los intereses terrenales, para dictar sentencias en los tribunales civiles y reprimir cualquier crítica al statu quo.
Éste no es, en esencia, un grupo de música. Antes de su detención, cuando sus performances empezaron a acaparar la atención de la prensa internacional, uno de estos reportajes finalizaba con un involuntariamente irónico “Pussy Riot descarta grabar un disco”. Pussy Riot son un colectivo que practica la desobediencia civil y la acción directa. Como tal, ya han conseguido, en parte, su objetivo: denunciar la corrupción de los poderes político y religioso, señalar la falsedad de la separación entre Iglesia y Estado y criticar el carácter autoritario de una sociedad patriarcal.
Quienes las critican como enviadas del Pentágono para minar el poder de Moscú, en una especie de guión de espionaje durante la Guerra Fría en versión post-punk, parecen minusvalorar este tipo de movimientos autónomos de base que se alejan del imaginario tradicional de los movimientos de izquierdas y su gusto por la imagen del militante siempre hombre, siempre serio, siempre sacrificado. Pussy Riot nos han recordado que existen muchas formas de incidir en el cambio social, y la que toma la forma de canción o cualquier otra manifestación cultural y aparentemente festiva no es, necesariamente, más blanda o superficial.
También se ha criticado que su caso y su condena se consideren una situación autóctona de Rusia, fruto de su historia política y cultural. Sin embargo, no están solas en este tipo de lucha. Miles de personas anónimas en todo el mundo están embarcadas en esta lucha feminista, laicista y de reivindicación de la presencia y potencia femenina en los escenarios y en la vida cultural y política de una sociedad.
Tampoco la reacción del poder ante su provocación es ajena a sociedades con una teóricamente mayor salud democrática. Pussy Riot han sido juzgadas y condenadas por “vandalismo y odio religioso”, una acusación similar a la que los abogados del pseudosindicato Manos Limpias realizó contra las mujeres que realizaron una acción simbólica de protesta en la capilla de la universidad pública, y supuestamente laica, Complutense de Madrid. Bajo las figuras jurídicas de “ofensa a los sentimientos religiosos” se disfraza la ademocrática alianza entre el poder eclesiástico y el civil (ya sea el ejecutivo o académico), además de una fuerte misoginia y lesbofobia características de una institución tan patriarcal –también en su sentido más literal– como la Iglesia.
En definitiva, Pussy Riot han dado a conocer internacionalmente los quiebros que los grupos feministas independientes e impredecibles hacen día a día, en todas las ciudades del mundo, al sistema patriarcal y sus más firmes instituciones. Como ellas mismas dicen, a pesar de la sentencia condenatoria y del exilio político al que se han visto empujadas las otras integrantes del colectivo, hemos ganado. Lo que ellas cantaron se repite como un eco en cada muestra de apoyo, en cada persona que lee sus declaraciones y se inspira en ellas.
LAURA ‘GAELX’ MONTERO
http://www.diagonalperiodico.net/La-victoria-de-Pussy-Riot.html
 

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