El
nacimiento del gran capitalismo industrial en el siglo XVIII y su
posterior consolidación en el siglo XIX supuso para el mundo occidental
toda una serie de cambios de verdadera profundidad. Los cambios
estructurales económicos inevitablemente fueron de la mano de nuevas
formas de vida que sirvieron para moldear un nuevo hombre: el hijo de la
modernidad.
La
nueva sociedad naciente, como es bien sabido, tenía una nueva
estructura de clases. Por un lado, la burguesía se convierte en la nueva
clase dominante; por otro lado, surge el proletariado como resultado de
la proletarización de las clases más bajas de las sociedades que se
adentran en la revolución industrial.
Proletarización y división del trabajo
La
proletarización nos define un proceso que sirvió para moldear un
individuo nuevo caracterizado por su relación con su producción, su
obra, con la mercancía que elabora. Ese proceso proletarizador
conllevaba una relación fragmentaria y repetitiva que se acentuó de
forma extraordinaria con el modelo de producción en cadena o fordista.
Fragmentaria porque el productor apenas se relaciona en el proceso de
producción con una parte de la mercancía cada vez; repetitiva porque la
actividad, simplificada todo lo posible, se reproduce de manera
rutinaria de forma constante. Un ejemplo: un zapatero del siglo XVI
sería capaz de crear por sí mismo una bota; en el siglo XX, la bota
sería introducida en la cadena de montaje para lograr una mayor eficacia
y rapidez gracias a la división y especialización del trabajo.
La
relación fragmentaria del proletario con su producto es un fenómeno
propio de las sociedades capitalistas contemporáneas que fruto de la
tecnificación y de una determinada forma de entender el progreso se
adentran en un mundo de creciente complejidad.
De la fragmentación del conocimiento
La
enorme complejidad del mundo moderno implica la existencia de una
realidad inabarcable en su totalidad para el ser humano por lo que bajo
la lógica burguesa de la eficacia el hombre se ha lanzado al acceso
también fragmentario del mundo en todos los ámbitos de la realidad. Eso
significa que de forma más que generalizada en el siglo XVII, por
ejemplo, un pensador pretendía acercarse al saber en su forma más amplia
posible; en el siglo XX, el pensador va a buscar un acceso al
conocimiento desde un campo restringido y especializado. Esta tendencia
acentuada por la cada vez mayor complejización del mundo contemporáneo
supone una creciente tendencia a la especialización inevitablemente
fragmentadora. Si este ejemplo nos adentra en el mundo del conocimiento,
lo mismo se podría decir en todos los ámbitos de la realidad. El
individuo moderno vive inmerso en un mundo que le empuja a la
especialización y, por tanto, al abandono de múltiples esferas de su
realidad social y personal.
La profesionalización
La
complejidad del terreno profesional y la hipertecnificación hace que se
acreciente la tendencia al desconocimiento de los campos cada vez más
próximos del conocimiento, lo cual se puede aplicar desde un tornero
fresador hasta un cirujano cardiovascular. Obviamente esta tendencia a
la especialización en el ámbito profesional no es como dijimos una
tendencia aislada sino que forma parte de un proceso generalizado que
abarca todos los ámbitos del mundo capitalista contemporáneo. Dicho
proceso, bajo la lógica burguesa del progreso y la eficacia, ha sido
exaltado de forma permanente hasta la enajenante profesionalización que
inunda nuestro mundo turbocapitalista. ¿Por qué enajenante? Porque éste
imposibilita el acceso del hombre a principios fundamentales para su
desarrollo como ser pleno, es decir, completo y autónomo. Un ejemplo
claro es el trabajador social, es decir, la profesionalización de la
solidaridad que antaño estaba en manos de las personas, frente a las
instituciones y ONG´s que tratan de enajenar del individuo el principio
del apoyo mutuo. Bajo esta misma lógica se esconde la terrible figura
del político, un profesional del gobierno de los demás (porque las
personas no pueden gobernarse a sí mismas nada más que en unos muy pocos
ámbitos de la existencia) o la del juez, profesional de la justicia,
cuya esencia sólo está en unos pocos especialistas. No obstante, el
ejemplo paradigmático del mundo moderno lo encarna la figura del
psicólogo, profesional de todo aquello que se supone que forma parte
esencial del interior humano, desde el amor por sí mismo hasta las
relaciones de pareja, por poner solo unos ejemplos.
Aunque
de forma demasiado simplificada queremos denunciar que la
profesionalización de la vida es una tendencia cada vez más acentuada en
las sociedades hipertecnológicas del capitalismo cuya consecuencia es
la tendencia a construir un hombre incapaz de construirse a sí mismo (y
reconocerse) como ser integral. Desde esta lógica desintegradora el
hombre se encuentra roto en fragmentos que hacen de él un ser en
permanente desgajamiento. La solución no es volver a tiempos remotos, ni
por supuesto está en ninguna forma de capitalismo pasado o futuro sino
que está en las formas sociales al servicio del ser humano en todos los
ámbitos como el comunismo libertario.
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