El marxismo coincide, en líneas generales, con esta última tesis. Pero un grave problema se plantea a este propósito y la solución del mismo vuelve a dividir a marxistas y anarquistas.
Para los primeros la propiedad privada y la aparición de las clases sociales da origen al poder político y al Estado. Éste no es sino el órgano o el instrumento con que la clase dominante asegura sus privilegios y salvaguarda su propiedad. El poder político resulta así una consecuencia del poder económico. Éste surge primero y engendra a aquél. Hay, por tanto, una relación lineal y unidireccional entre ambos:
poder económico (sociedad de clases) ---> poder político(Estado)
Para los anarquistas, en cambio, es cierto que el Estado es el órgano de la clase dominante y que el poder económico genera el poder político, pero éste no es sino un momento del proceso genético: también es verdad que la clase dominante es órgano del Estado y que el poder político genera el poder económico. La relación es aquí circular y, sin duda, dialéctica (a pesar de que algunos anarquistas como Kropotkin, rechacen toda forma de dialéctica):
poder económico(sociedad de clases) <----> poder político(Estado)
La raíz de todas las diferencias entre el marxismo y el anarquismo en lo referente a la idea de la sociedad, del Estado, de la revolución, se encuentra precisamente aquí.
Los anarquistas saben (desde Proudhon y Bakunin) que una revolución que pretenda acabar con las diferencias de clase sin acabar al mismo tiempo (y no más tarde) con el poder político y la fuerza del Estado está inevitablemente condenada no sólo a consolidar el Estado y a atribuirle la totalidad de los derechos, sino también a engendrar una nueva sociedad de clases y una nueva clase dominante. En este sentido, las palabras que Bakunin escribiera en su polémica con Marx y la socialdemocracia de su tiempo resultaron proféticas. Algunos marxistas lo reconocen así en nuestros días, obligados por el mismo Marx a confesar que los amados países «socialistas» han sustituido simplemente el clásico capitalismo de la libre empresa por un capitalismo de Estado; que el papel de la burguesía ha sido cómodamente asumido, en la URSS, por una nueva clase tecno-burocrática; que las llamadas «democracias populares», lejos de superar las limitaciones e
incongruencias de la democracia representativa, las han agravado hasta la caricatura, y que de la auténtica democracia directa de los soviets de 1918 no queda hoy sino el nombre irónicamente adosado al nombre de un Estado donde no hay ningún tipo de autogestión auténtica.
El cerdo es el el estado y el capitalismo la monedo
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