domingo, 4 de noviembre de 2012

Ortega y España: una élite fascistoide y mediocre para un país de mierda

Intelectual orteguiano

La construcción de la idea nacional es algo tan arbitrario, tan antinatural, que necesita construir, para legitimarse, patéticas figuras que constituyan su élite, su intelectualidad, su guía del rebaño. Es triste ver cómo una patria precisa intelectuales en diversos ámbitos académicos más o menos relevantes y, en su búsqueda continuada, acaba encumbrando a personajes como Ortega y Gasset. La elección no es baladí: ya que hay que buscar alguna figura, mejor elegir a un fascistoide cuyos valores concuerden con la historia de la que es orgulloso heredero el régimen actual.
Así, gracias a la elección por parte de las instituciones “educativas” de aquello que debe ser estudiado y lo que no, Ortega se convierte en el canon, un referente intelectual para la todavía confiada mente de los estudiantes.
La trayectoria intelectual de Ortega es inseparable de su trayectoria vital ya que su obra no se puede separar del contexto en el que se da ni de las aspiraciones del autor de ser un intelectual orgánico con poder político e intelectual. La obra de Ortega trata más de temas sociales o políticos, pretendiendo solucionar el problema de España y de Europa, cuando éste ve posibilidades de alcanzar cierto poder dentro de un partido como con Vieja y nueva política, en 1914, cuando se vincula al Partido Reformista, de ideología liberal. Se vuelca, en cambio, en construir un sistema filosófico cuando no ve posibilidad de ello, pretendiendo en estos momentos formar parte de la intelectualidad europea del momento como cuando 1915 se dedica en exclusiva a su cátedra o cuando en 1929 escribe una serie de lecciones sobre Kant o ¿Qué es el conocimiento?.
Estas ambiciones no sólo guían su obra si no también su vida. Durante la dictadura de Primo de Rivera nunca se pronunció, de hecho Primo de Rivera permitía sus textos y los utilizaba como base de su política, pero, cuando llegaba esta dictadura a su fin y Ortega vio posibilidades de tener un cargo en la futura república mediante la Asociación al Servicio de la República, renunció a su cátedra para ganar mayor credibilidad. Asimismo, sus intentos por ganarse un puestecillo en la intelectualidad europea iban marcados por sus viajes a América Latina para ganar mayor crédito en España, viajes en los que daba lecciones a unos intelectuales que Ortega consideraba menores siempre de forma autoritaria y ofensiva.
No podemos dejar de señalar que la ambición y la hipocresía en Ortega van directamente unidos a la cobardía. En 1914 Ortega llamaba a una revolución, a ver si cambiaba el régimen y le salía un puesto en el gobierno pero, tras las movilizaciones obreras, las huelgas… se retracta deslegitimando la revolución como tal en “El ocaso de las revoluciones”, apéndice de El tema de nuestro tiempo (1923), ya que eso de la lucha no va mucho con su condición de burgués. En el apéndice, Ortega defiende que no todos los actos violentos son revoluciones (quitándole importancia a los hechos recientes que hemos mencionado) y que la revolución “se propone la vana quimera de realizar una utopía más o menos completa. El intento inexorablemente, fracasa”. Ortega pasa a defender la búsqueda de la singularidad alejada del grupo, una tendencia individualista que justifica la élite viendo en ella la única posibilidad de novedad y de cambio. Esta tendencia acompañará toda la vida a Ortega haciendo de él un liberal burgués que basa su filosofía, entre otras cosas, en un ataque a los movimientos políticos de su momento. La lectura dominante es que Ortega está criticando al fascismo y el nazismo que unifican al individuo en la masa para dominarlo, una lectura a sus obras y un repaso de su vida nos darán una visión distinta: Ortega hace referencia, sobre todo, al movimiento anarquista ya que no critica la existencia de unas élites que dominen a la masa (de hecho, dice que es inevitable que exista la masa y su única función positiva sería obedecer adecuadamente a la élite).
La crítica de Ortega al anarquismo aparece, entre otras, en dos de sus obras principales: España invertebrada (1921) y La rebelión de las masas (1929) con la crítica a la acción directa, medio por excelencia del movimiento anarquista. Los anarquistas siempre han criticado cualquier forma de jerarquía incluyendo dentro de ésta la mediación externa en los conflictos, defienden que cada uno debe hacerse cargo de su vida y nadie mejor que él mismo puede saber cómo solucionar los problemas que le atañen. La clase obrera toma así las riendas de su vida, sin ningún gobierno que les dirija y que les diga qué pueden exigir y qué no por unas leyes que existen para benificiar a las clases altas, y la base de todas las relaciones sociales pasa a ser el apoyo mutuo, solidaridad entre iguales. Ortega ve esto como la representación máxima del particularismo propio del hombre-masa, el hombre que no atiende a leyes y, por ello, no atiende a ningún proyecto común. Este particularismo rompería con la “solidaridad nacional” que, según Ortega, estaría representada por el Parlamento, intermediario para la satisfacción de las aspiraciones y necesidades de las distintas clases sociales. La clase obrera obtaría por la acción directa al considerar el Parlamento una humillación por tener que exponer razones: esto es la consecuencia de un pueblo inculto, poco dotado porque, si no, «¿cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perversos elegidos?». La clase obrera odiaría al político «más que como gobernante como parlamentario» ya que, aunque este rechazo suela disfrazarse «de desprecio hacia los políticos, […] un psicólogo atento no se deja desorientar por esta apariencia», descubriendo que el rechazo es a la razón, a la defensa de las propias ideas frente a la comunidad. La acción directa consistiría para Ortega en proclamar la acción directa como prima ratio, como única razón.
Como vemos, Ortega hace un análisis totalmente interesado y adecuado a su lógica política y de clase: el liberalismo de la burguesía. Para ello, desprestigia la lucha obrera con mentiras y valiéndose de un supuesto trasfondo psicológico en el que hay tantas razones para creer como para no creer. Esto ya nos dice bastante del pensamiento de este pseudo-intelectual, que se divide entre justificar intereses y recoger lo que defienden otros filósofos del momento, haciendo a su obra muchas veces contradictoria (como se puede apreciar al acercarse a sus diversos escritos sobre la técnica y ver que a veces defiende al hombre como proyecto abierto que se construye a sí mismo y otras coloca a la técnica como lo esencial del ser humano, siendo los pueblos que no han desarrollado técnica poco menos que anti-naturales). Su obra carece de interés filosófico no sólo por ser contradictoria sino también por falta de consistencia (cae constantemente en círculos viciosos siguiendo el ejemplo anterior: Ortega defiende que el ensimismamiento propio de las élites es esencial para tener técnica y la técnica para conseguir más espacios de ensimismamiento, sin aclarar qué es lo anterior y, por lo tanto, lo esencial al hombre). Su defensa de las élites por ser las únicas que pueden tener ideas y originalidad, su rechazo a la comunidad por unificar y coartar a las élites creadoras, su crítica constante a la acción directa y a la clase obrera… nos dan simplemente la imagen de un liberal en un tiempo de revoluciones que se afana por defender su clase y sus privilegios con pobres constructos filosóficos.
Cabe terminar señalando la connivencia de Ortega con el régimen franquista. Obligado a firmar un manifiesto a favor de la república, se exilia por este hecho y no como crítica al franquismo. Pese a intentar defenderse ante su anhelada intelectualidad europea (por ello escribe en 1937 el “Prólogo para franceses” y el “Epílogo para ingleses” en La rebelión de las masas) nunca ocultó su actitud favorable al régimen y su única defensa fue decir que éste era necesario ante la situación del país: la rebelión de las masas, si no, era inevitable porque él había sido rechazado como pedagogo. Defiende el franquismo como una transición hacia el liberalismo. El rechazo de los círculos intelectuales de distintos países lo lleva a volver a España, donde es bien recibido.
Este autor liberal, burgués, fascista aficionado y cuya obra inconsistente e incoherente se basa en defender sus intereses personales contrarios a los movimientos obreros y en especial al anarquismo por ser el que más fuerza tenía a partir de 1919, es quien conforma el canon de intelectual orgánico de este país. El hecho de que su teoría carezca de interés se puede pasar por alto ya que conviene por su ideología a las clases dominantes, aquellas que desarrollan, como ya hemos dicho, los distintos programas académicos. Es necesario encumbrarlo como grande para justificar que tenemos un gran país: una España franquista que entierra a nuestros muertos, los muertos de la lucha anarquista, para que no alienten las luchas de hoy.
Contra la manipulación de nuestras mentes, contra toda nación y frontera. Por la anarquía.

http://www.grupoheliogabalo.org/ortega-y-espana-una-elite-fascistoide-y-mediocre-para-un-pais-de-mierda5854415/

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