La construcción de la idea
nacional es algo tan arbitrario, tan antinatural, que necesita
construir, para legitimarse, patéticas figuras que constituyan su élite,
su intelectualidad, su guía del rebaño. Es triste ver cómo una patria
precisa intelectuales en diversos ámbitos académicos más o menos
relevantes y, en su búsqueda continuada, acaba encumbrando a personajes
como Ortega y Gasset. La elección no es
baladí: ya que hay que buscar alguna figura, mejor elegir a un
fascistoide cuyos valores concuerden con la historia de la que es
orgulloso heredero el régimen actual.
Así, gracias a la elección por parte de las
instituciones “educativas” de aquello que debe ser estudiado y lo que
no, Ortega se convierte en el canon, un referente intelectual para la
todavía confiada mente de los estudiantes.
La trayectoria intelectual de Ortega es inseparable
de su trayectoria vital ya que su obra no se puede separar del contexto
en el que se da ni de las aspiraciones del autor de ser un intelectual
orgánico con poder político e intelectual. La obra de Ortega trata más
de temas sociales o políticos, pretendiendo solucionar el problema de
España y de Europa, cuando éste ve posibilidades de alcanzar cierto
poder dentro de un partido como con Vieja y nueva política, en
1914, cuando se vincula al Partido Reformista, de ideología liberal. Se
vuelca, en cambio, en construir un sistema filosófico cuando no ve
posibilidad de ello, pretendiendo en estos momentos formar parte de la
intelectualidad europea del momento como cuando 1915 se dedica en
exclusiva a su cátedra o cuando en 1929 escribe una serie de lecciones
sobre Kant o ¿Qué es el conocimiento?.
Estas ambiciones no sólo guían su obra si no también
su vida. Durante la dictadura de Primo de Rivera nunca se pronunció, de
hecho Primo de Rivera permitía sus textos y los utilizaba como base de
su política, pero, cuando llegaba esta dictadura a su fin y Ortega vio
posibilidades de tener un cargo en la futura república mediante la
Asociación al Servicio de la República, renunció a su cátedra para ganar
mayor credibilidad. Asimismo, sus intentos por ganarse un puestecillo
en la intelectualidad europea iban marcados por sus viajes a América
Latina para ganar mayor crédito en España, viajes en los que daba
lecciones a unos intelectuales que Ortega consideraba menores siempre de
forma autoritaria y ofensiva.
No podemos dejar de señalar que la ambición y la
hipocresía en Ortega van directamente unidos a la cobardía. En 1914
Ortega llamaba a una revolución, a ver si cambiaba el régimen y le salía
un puesto en el gobierno pero, tras las movilizaciones obreras, las
huelgas… se retracta deslegitimando la revolución como tal en “El ocaso
de las revoluciones”, apéndice de El tema de nuestro tiempo (1923), ya
que eso de la lucha no va mucho con su condición de burgués. En el
apéndice, Ortega defiende que no todos los actos violentos son
revoluciones (quitándole importancia a los hechos recientes que hemos
mencionado) y que la revolución “se
propone la vana quimera de realizar una utopía más o menos completa. El
intento inexorablemente, fracasa”. Ortega pasa a defender la búsqueda
de la singularidad alejada del grupo, una tendencia individualista que
justifica la élite viendo en ella la única posibilidad de novedad y de
cambio. Esta tendencia acompañará toda la vida a Ortega haciendo de él
un liberal burgués que basa su filosofía, entre otras cosas, en un
ataque a los movimientos políticos de su momento. La lectura dominante
es que Ortega está criticando al fascismo y el nazismo que unifican al
individuo en la masa para dominarlo, una lectura a sus obras y un repaso
de su vida nos darán una visión distinta: Ortega hace referencia, sobre
todo, al movimiento anarquista ya que no critica la existencia de unas
élites que dominen a la masa (de hecho, dice que es inevitable que
exista la masa y su única función positiva sería obedecer adecuadamente a
la élite).
La crítica de Ortega al anarquismo aparece, entre otras, en dos de sus obras principales: España invertebrada (1921) y La rebelión de las masas (1929)
con la crítica a la acción directa, medio por excelencia del movimiento
anarquista. Los anarquistas siempre han criticado cualquier forma de
jerarquía incluyendo dentro de ésta la mediación externa en los
conflictos, defienden que cada uno debe hacerse cargo de su vida y nadie
mejor que él mismo puede saber cómo solucionar los problemas que le
atañen. La clase obrera toma así las riendas de su vida, sin ningún
gobierno que les dirija y que les diga qué pueden exigir y qué no por
unas leyes que existen para benificiar a las clases altas, y la base de
todas las relaciones sociales pasa a ser el apoyo mutuo, solidaridad
entre iguales. Ortega ve esto como la representación máxima del
particularismo propio del hombre-masa, el hombre que no atiende a leyes
y, por ello, no atiende a ningún proyecto común. Este particularismo
rompería con la “solidaridad nacional” que, según Ortega, estaría
representada por el Parlamento, intermediario para la satisfacción de
las aspiraciones y necesidades de las distintas clases sociales. La
clase obrera obtaría por la acción directa al considerar el Parlamento
una humillación por tener que exponer razones: esto es la consecuencia
de un pueblo inculto, poco dotado porque, si no, «¿cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perversos elegidos?». La clase obrera odiaría al político «más que como gobernante como parlamentario» ya que, aunque este rechazo suela disfrazarse «de desprecio hacia los políticos, […] un psicólogo atento no se deja desorientar por esta apariencia»,
descubriendo que el rechazo es a la razón, a la defensa de las propias
ideas frente a la comunidad. La acción directa consistiría para Ortega
en proclamar la acción directa como prima ratio, como única razón.
Como vemos, Ortega hace un análisis totalmente interesado y adecuado a
su lógica política y de clase: el liberalismo de la burguesía. Para
ello, desprestigia la lucha obrera con mentiras y valiéndose de un
supuesto trasfondo psicológico en el que hay tantas razones para creer
como para no creer. Esto ya nos dice bastante del pensamiento de este
pseudo-intelectual, que se divide entre justificar intereses y recoger
lo que defienden otros filósofos del momento, haciendo a su obra muchas
veces contradictoria (como se puede apreciar al acercarse a sus diversos
escritos sobre la técnica y ver que a veces defiende al hombre como
proyecto abierto que se construye a sí mismo y otras coloca a la técnica
como lo esencial del ser humano, siendo los pueblos que no han
desarrollado técnica poco menos que anti-naturales). Su obra carece de
interés filosófico no sólo por ser contradictoria sino también por falta
de consistencia (cae constantemente en círculos viciosos siguiendo el
ejemplo anterior: Ortega defiende que el ensimismamiento propio de las
élites es esencial para tener técnica y la técnica para conseguir más
espacios de ensimismamiento, sin aclarar qué es lo anterior y, por lo
tanto, lo esencial al hombre). Su defensa de las élites por ser las
únicas que pueden tener ideas y originalidad, su rechazo a la comunidad
por unificar y coartar a las élites creadoras, su crítica constante a la
acción directa y a la clase obrera… nos dan simplemente la imagen de un
liberal en un tiempo de revoluciones que se afana por defender su clase
y sus privilegios con pobres constructos filosóficos.
Cabe terminar señalando la connivencia de Ortega con el régimen
franquista. Obligado a firmar un manifiesto a favor de la república, se
exilia por este hecho y no como crítica al franquismo. Pese a intentar
defenderse ante su anhelada intelectualidad europea (por ello escribe en
1937 el “Prólogo para franceses” y el “Epílogo para ingleses” en La rebelión de las masas)
nunca ocultó su actitud favorable al régimen y su única defensa fue
decir que éste era necesario ante la situación del país: la rebelión de
las masas, si no, era inevitable porque él había sido rechazado como
pedagogo. Defiende el franquismo como una transición hacia el
liberalismo. El rechazo de los círculos intelectuales de distintos
países lo lleva a volver a España, donde es bien recibido.
Este autor liberal, burgués, fascista aficionado y cuya obra
inconsistente e incoherente se basa en defender sus intereses personales
contrarios a los movimientos obreros y en especial al anarquismo por
ser el que más fuerza tenía a partir de 1919, es quien conforma el canon
de intelectual orgánico de este país. El hecho de que su teoría carezca
de interés se puede pasar por alto ya que conviene por su ideología a
las clases dominantes, aquellas que desarrollan, como ya hemos dicho,
los distintos programas académicos. Es necesario encumbrarlo como grande
para justificar que tenemos un gran país: una España franquista que
entierra a nuestros muertos, los muertos de la lucha anarquista, para
que no alienten las luchas de hoy.
Contra la manipulación de nuestras mentes, contra toda nación y frontera. Por la anarquía.
http://www.grupoheliogabalo.org/ortega-y-espana-una-elite-fascistoide-y-mediocre-para-un-pais-de-mierda5854415/
No hay comentarios:
Publicar un comentario