Cuando se habla de violencia (en referencia a la ejercida entre personas), pensamos -expresado coloquialmente- en “darse de hostias”, “pegar”. Una definición más exacta puede ser “toda acción ejercida hacia terceros intencionadamente y/u obedeciendo a unos intereses que tiene como único objetivo causar daños físicos o psicológicos”. En cambio, si se habla de romper cristales o quemar locales comerciales, podría ser “violencia hacia objetos inanimados”, aunque suene la expresión fatal.
El tema del uso de la violencia (llámese igualmente 'autodefensa') en las formas de protesta sigue siendo un debate que todavía no ha habido acuerdos entre diferentes colectivos y movimientos sociales, incluso dentro del movimiento libertario. Pasaremos pues a analizar los pros y contras de estas dos estrategias de lucha.
Se considera toda acción directa pacífica o no-violenta las concentraciones y manifestaciones de siempre, las sentadas, los cortes de carreteras, los piquetes informativos, el boicot, ocupaciones temporales de oficinas, paralización de desahucios, tapiar sucursales... En ciertos contextos, resulta más efectivo que enfrentarse a la policía o romper cristales, como puede ser en manifestaciones donde haya poca gente y sobre todo para poder llegar a la gente mostrando el descontento, las reivindicaciones y oposiciones hacia medidas gubernamentales o empresariales. Además, estos actos permiten que se puedan unir cualquier persona y poder hacerse visibles ante la población, ofreciendo así un espacio público para compartir inquietudes, conocer gente que valga la pena, y unas infraestructuras para aquellos que deseen una militancia activa, vean que no están solos y tengan a disposición a gente implicada para poder organizarse, crecer y aprender mutuamente a construir otro camino donde todos puedan adherirse. Aun siendo pacíficas, en sitios como Barcelona, Madrid y Valencia, fueron duramente reprimidas, dejando en evidencia la brutalidad policial y que la violencia siempre viene de los antidisturbios, con el colmo de la manipulación de la prensa canalla de siempre. Las acciones no-violentas son imprescindibles y el mejor medio para la difusión de ideas e incitar a la gente a replantearse sus pensamientos, cuestionando la realidad que le rodea y hacer ver que es posible un cambio real.
No obstante, cuando se defiende esta vía como la única posible para la transformación social, caemos en el error si nuestro objetivo es la destrucción de este sistema. En muchas de esas manifestaciones pacíficas convocadas, por ejemplo, por DRY y plataformas ciudadanistas similares, sus reivindicaciones son estériles y parecen más actos promocionales festivos que de protesta donde parecen importarles más la cantidad que el contenido. Igualmente se puede decir del paripé de los sindicatos mayoritarios y verticales junto con partidos de izquierda, donde el recorrido es pactado con la policía y escoltados por ellos durante toda la ruta, buscando además salir bien ante las cámaras posando con banderas plastificadas. Todo atado y bien atado. En este caso, la defensa del pacifismo como principio incuestionable resulta tener un trasfondo reformista, es decir, mendigar más piedad a los verdugos intentando negociar las reformas y proyectos de ley para que sean menos agresivas pero sin tocar la raíz del problema.
Antes de pasar a analizar las acciones 'violentas', miremos a qué nos enfrentamos: 1) A un grupo de vividores pero buenas personas que cederían si se negociaran con ellos para que podamos vivir con un mínimo de dignidad; o 2) Un sistema que se sustenta mediante la explotación (capitalismo), protegida por un aparato represivo (Estado) y por la destrucción de los valores de cooperación y solidaridad por unos de competencia y de pisotear al vecino (ignorancia impuesta o llámese como desee). Sin embargo, la realidad jamás será el primer caso sino el segundo. Toda forma de autoridad oficialmente establecida se sustenta mediante la violencia al tratar de imponer su voluntad al resto, recordemos las revoluciones liberales que trajo consigo la destrucción del campo por las privatizaciones de tierras, la modernización del aparato Estatal para defender sus intereses y la decadencia moral que supuso el pensamiento productivista, el lucro personal, las aspiraciones materialistas y la falsa ilusión de progreso.
La paz social es realmente violenta. Mientras los territorios excluidos del 'Primer Mundo' sufren la miseria en sus carnes, la salvaje explotación, hambre, matanzas, guerras, intoxicaciones por contaminación del agua y del entorno local, Occidente puede disfrutar de unas condiciones de vida bastante aceptables, sin haber vivido las nefastas condiciones a las que se les somete Occidente. Sin embargo, bajo esa falsa máscara del bienestar se esconde la misma explotación y la misma violencia: el trabajo asalariado, el hostigamiento de las facturas, los desahucios, la policía en las calles, sus leyes, el sistema judicial y penitenciario, la impunidad del fascismo... No todos que viven en el Primer Mundo pueden disfrutar del pastel de las comodidades y la felicidad de plástico. Gente que vive en los suburbios mendigando, traficando con drogas, vendiendo su cuerpo, robando... todos aquellos marginados que no encuentran una vida en condiciones y se sume en la autodestrucción.
Quienes han tomado conciencia de esa situación de miseria diaria, el acoso policial y la represión, como en el caso de muchos que viven precariamente en Chile o en Grecia, ven al Estado como ente que ostenta el monopolio de la violencia respaldando también la violencia del capitalismo que se materializa en la rutina alienante, en la devastación medioambiental, la explotación asalariada, y la condena de la gran mayoría de la población mundial a la mera subsistencia y la muerte.
Mucha gente vive tan acomodada que no es capaz de ver toda esa violenta realidad y se escandalizan por unos cristales rotos o contenedores quemados. Desde acciones ejecutadas por pequeños grupos de personas como sabotajes, quema de vehículos de lujo, voladura de sucursales y oficinas gubernamentales hasta las protestas combativas como lanzar piedras y molotovs a la policía, levantar barricadas, ataques a entidades bancarias, cajeros inmobiliarias, grandes superficies y todo símbolo del capital, constituyen la acción directa 'violenta', aunque más bien es autodefensa frente a la brutalidad policial y contra la violencia económica que ejercen todo este colorido mundo del "todo va bien". ¿Qué mujer se abre de piernas ante un violador? Ninguna, todas tratarán de defender su propia integridad física.
Sin olvidar que detrás de todas esas acciones están los anhelos por recuperar nuestras vidas privatizadas y enumeradas parando por unos instantes la maquinaria, abriendo a la vez una brecha en esta violenta paz social y creando un nuevo camino declarándoles la guerra a los verdugos y mostrar que estamos hartos, no solo de sus porras, torturas en comisaría, montajes judiciales y cárceles sino también de este degenerado sistema de valores. No obstante, tiene el inconveniente que no consigue aceptación en la sociedad y hace que la gente salga corriendo al vernos, recibiendo críticas incluso dentro de los círculos libertarios. Pero no debemos de rebajarnos ante la autoridad anónima de la opinión pública y tengamos en cuenta de que la batalla mediática ya la tenemos perdida y nos tendremos que valer por nuestros propios medios.
Sin embargo, el caso más lamentable es que se condene la autodefensa y se llegue incluso a agredir a quienes rompen la cristalera de una sucursal. Lo mismo sucede cuando por nuestra parte vertemos críticas destructivas hacia aquellos que opten por la vía pacífica aun sabiendo que es totalmente imposible una revolución «por las buenas». A modo de conclusión, toda acción directa que desafíe al viejo orden debe ser respetada siempre que todas ellas estén encaminadas a buscar una transformación social desde la base sin defender ningún interés de partidos o sindicatos verticales. Según qué circunstancias convendría la resistencia pacífica y qué otras, la resistencia activa. Pensando en la nueva reforma del Código Penal, parece ser que tendremos que prepararnos para la resistencia activa.
La vía no-violenta como expansión de la idea y la autodefensa por la extensión de la revuelta.
Luis Pascual
El tema del uso de la violencia (llámese igualmente 'autodefensa') en las formas de protesta sigue siendo un debate que todavía no ha habido acuerdos entre diferentes colectivos y movimientos sociales, incluso dentro del movimiento libertario. Pasaremos pues a analizar los pros y contras de estas dos estrategias de lucha.
Se considera toda acción directa pacífica o no-violenta las concentraciones y manifestaciones de siempre, las sentadas, los cortes de carreteras, los piquetes informativos, el boicot, ocupaciones temporales de oficinas, paralización de desahucios, tapiar sucursales... En ciertos contextos, resulta más efectivo que enfrentarse a la policía o romper cristales, como puede ser en manifestaciones donde haya poca gente y sobre todo para poder llegar a la gente mostrando el descontento, las reivindicaciones y oposiciones hacia medidas gubernamentales o empresariales. Además, estos actos permiten que se puedan unir cualquier persona y poder hacerse visibles ante la población, ofreciendo así un espacio público para compartir inquietudes, conocer gente que valga la pena, y unas infraestructuras para aquellos que deseen una militancia activa, vean que no están solos y tengan a disposición a gente implicada para poder organizarse, crecer y aprender mutuamente a construir otro camino donde todos puedan adherirse. Aun siendo pacíficas, en sitios como Barcelona, Madrid y Valencia, fueron duramente reprimidas, dejando en evidencia la brutalidad policial y que la violencia siempre viene de los antidisturbios, con el colmo de la manipulación de la prensa canalla de siempre. Las acciones no-violentas son imprescindibles y el mejor medio para la difusión de ideas e incitar a la gente a replantearse sus pensamientos, cuestionando la realidad que le rodea y hacer ver que es posible un cambio real.
No obstante, cuando se defiende esta vía como la única posible para la transformación social, caemos en el error si nuestro objetivo es la destrucción de este sistema. En muchas de esas manifestaciones pacíficas convocadas, por ejemplo, por DRY y plataformas ciudadanistas similares, sus reivindicaciones son estériles y parecen más actos promocionales festivos que de protesta donde parecen importarles más la cantidad que el contenido. Igualmente se puede decir del paripé de los sindicatos mayoritarios y verticales junto con partidos de izquierda, donde el recorrido es pactado con la policía y escoltados por ellos durante toda la ruta, buscando además salir bien ante las cámaras posando con banderas plastificadas. Todo atado y bien atado. En este caso, la defensa del pacifismo como principio incuestionable resulta tener un trasfondo reformista, es decir, mendigar más piedad a los verdugos intentando negociar las reformas y proyectos de ley para que sean menos agresivas pero sin tocar la raíz del problema.
Antes de pasar a analizar las acciones 'violentas', miremos a qué nos enfrentamos: 1) A un grupo de vividores pero buenas personas que cederían si se negociaran con ellos para que podamos vivir con un mínimo de dignidad; o 2) Un sistema que se sustenta mediante la explotación (capitalismo), protegida por un aparato represivo (Estado) y por la destrucción de los valores de cooperación y solidaridad por unos de competencia y de pisotear al vecino (ignorancia impuesta o llámese como desee). Sin embargo, la realidad jamás será el primer caso sino el segundo. Toda forma de autoridad oficialmente establecida se sustenta mediante la violencia al tratar de imponer su voluntad al resto, recordemos las revoluciones liberales que trajo consigo la destrucción del campo por las privatizaciones de tierras, la modernización del aparato Estatal para defender sus intereses y la decadencia moral que supuso el pensamiento productivista, el lucro personal, las aspiraciones materialistas y la falsa ilusión de progreso.
La paz social es realmente violenta. Mientras los territorios excluidos del 'Primer Mundo' sufren la miseria en sus carnes, la salvaje explotación, hambre, matanzas, guerras, intoxicaciones por contaminación del agua y del entorno local, Occidente puede disfrutar de unas condiciones de vida bastante aceptables, sin haber vivido las nefastas condiciones a las que se les somete Occidente. Sin embargo, bajo esa falsa máscara del bienestar se esconde la misma explotación y la misma violencia: el trabajo asalariado, el hostigamiento de las facturas, los desahucios, la policía en las calles, sus leyes, el sistema judicial y penitenciario, la impunidad del fascismo... No todos que viven en el Primer Mundo pueden disfrutar del pastel de las comodidades y la felicidad de plástico. Gente que vive en los suburbios mendigando, traficando con drogas, vendiendo su cuerpo, robando... todos aquellos marginados que no encuentran una vida en condiciones y se sume en la autodestrucción.
Quienes han tomado conciencia de esa situación de miseria diaria, el acoso policial y la represión, como en el caso de muchos que viven precariamente en Chile o en Grecia, ven al Estado como ente que ostenta el monopolio de la violencia respaldando también la violencia del capitalismo que se materializa en la rutina alienante, en la devastación medioambiental, la explotación asalariada, y la condena de la gran mayoría de la población mundial a la mera subsistencia y la muerte.
Mucha gente vive tan acomodada que no es capaz de ver toda esa violenta realidad y se escandalizan por unos cristales rotos o contenedores quemados. Desde acciones ejecutadas por pequeños grupos de personas como sabotajes, quema de vehículos de lujo, voladura de sucursales y oficinas gubernamentales hasta las protestas combativas como lanzar piedras y molotovs a la policía, levantar barricadas, ataques a entidades bancarias, cajeros inmobiliarias, grandes superficies y todo símbolo del capital, constituyen la acción directa 'violenta', aunque más bien es autodefensa frente a la brutalidad policial y contra la violencia económica que ejercen todo este colorido mundo del "todo va bien". ¿Qué mujer se abre de piernas ante un violador? Ninguna, todas tratarán de defender su propia integridad física.
Sin olvidar que detrás de todas esas acciones están los anhelos por recuperar nuestras vidas privatizadas y enumeradas parando por unos instantes la maquinaria, abriendo a la vez una brecha en esta violenta paz social y creando un nuevo camino declarándoles la guerra a los verdugos y mostrar que estamos hartos, no solo de sus porras, torturas en comisaría, montajes judiciales y cárceles sino también de este degenerado sistema de valores. No obstante, tiene el inconveniente que no consigue aceptación en la sociedad y hace que la gente salga corriendo al vernos, recibiendo críticas incluso dentro de los círculos libertarios. Pero no debemos de rebajarnos ante la autoridad anónima de la opinión pública y tengamos en cuenta de que la batalla mediática ya la tenemos perdida y nos tendremos que valer por nuestros propios medios.
Sin embargo, el caso más lamentable es que se condene la autodefensa y se llegue incluso a agredir a quienes rompen la cristalera de una sucursal. Lo mismo sucede cuando por nuestra parte vertemos críticas destructivas hacia aquellos que opten por la vía pacífica aun sabiendo que es totalmente imposible una revolución «por las buenas». A modo de conclusión, toda acción directa que desafíe al viejo orden debe ser respetada siempre que todas ellas estén encaminadas a buscar una transformación social desde la base sin defender ningún interés de partidos o sindicatos verticales. Según qué circunstancias convendría la resistencia pacífica y qué otras, la resistencia activa. Pensando en la nueva reforma del Código Penal, parece ser que tendremos que prepararnos para la resistencia activa.
La vía no-violenta como expansión de la idea y la autodefensa por la extensión de la revuelta.
Luis Pascual
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