La mujer, el matrimonio y la familia
Mijaíl Bakunin
La mujer, el matrimonio y la familia
Derechos iguales para la mujer. Soy partidario, como el que más, de la
completa emancipación de la mujer y de su igualdad social con el hombre.
La expresión «igualdad social con el hombre»
implica que, junto con la libertad, pedimos iguales derechos y deberes
para el hombre y la mujer; es decir, la nivelación de los derechos de la
mujer, tanto políticos como sociales y económicos, con los del hombre ;
en consecuencia, deseamos la abolición de la ley familiar y
matrimonial, y de la ley eclesiástica tanto como civil, indisolublemente
ligadas al derecho de herencia.
Abolición de la familia
jurídica. Al aceptar el programa revolucionario anarquista —único que
ofrece, a nuestro entender, condiciones para una emancipación real y
completa del pueblo común— y convencidos de que la existencia del Estado
en cualquiera de sus formas es incompatible con la libertad del
proletariado e impide la unión internacional fraterna de las naciones,
expresamos la exigencia de abolición de todos los Estados.
La
abolición de los Estados y del derecho jurídico implicará necesariamente
la abolición de la propiedad personal hereditaria y de la familia
jurídica basada sobre esta propiedad, porque ninguna de estas
instituciones es compatible con la justicia humana.
Libre unión
matrimonial. [Contra el matrimonio por compulsión hemos levantado la
bandera de la unión libre.] Estamos convencidos de que al abolir el
matrimonio religioso, civil y jurídico, restauramos la vida, la realidad
y la moralidad del matrimonio natural basado exclusivamente sobre el
respeto humano y la libertad de dos personas: un hombre y una mujer que
se aman. Estamos convencidos de que al reconocer la libertad de ambos
cónyuges a separarse cuando lo deseen, sin necesidad de pedir el permiso
de nadie para ello —y al negar de la misma forma la necesidad de
cualquier permiso para unirse en matrimonio, y rechazar en general la
interferencia de cualquier autoridad en esta unión— los unimos más el
uno al otro. Y estamos convencidos también, de que cuando ya no exista
entre nosotros el poder coercitivo del Estado para forzar a los
individuos, asociaciones, comunas, provincias y regiones a convivir en
contra de su voluntad, habrá entre todos una unión mucho más estrecha,
una unidad más viva, real y poderosa que la impuesta por el aplastante
poder estatal.
La educación de los niños. Con la abolición del
matrimonio se plantea la cuestión de la educación de los niños. Su
crianza, desde el embarazo de la madre hasta su madurez, y su formación y
educación, igual para todos —una formación industrial e intelectual
donde se combinen la capacitación para el trabajo manual y mental— deben
corresponder fundamentalmente a la sociedad libre.
La sociedad
y los niños. Los niños no son propiedad de nadie: ni de sus padres ni
de la sociedad. Sólo pertenecen a su propia libertad futura. Pero en los
niños esta libertad no es todavía real; es sólo una libertad en
potencia. Porque una libertad real —es decir, la conciencia plena y su
realización en cada individuo, basada fundamentalmente en el sentimiento
de la propia dignidad y en un auténtico respeto por la libertad y la
dignidad de los otros, o sea basada en la justicia— sólo puede
desarrollarse en los niños mediante un desarrollo racional de su
inteligencia, carácter y voluntad.
De aquí se deduce que la
sociedad, cuyo futuro depende por completo de la adecuada educación e
instrucción de los niños y que, por tanto, no sólo tiene el derecho sino
también la obligación de velar por ellos, es el único guardián de los
niños de ambos sexos. Y como la futura abolición del derecho a la
herencia convertirá a la sociedad en el único heredero, ésta tendrá que
considerar como una de sus primeras obligaciones el suministro de todos
los medios necesarios para el mantenimiento, la formación y la educación
de los niños de ambos sexos, con independencia de su origen o de sus
padres.
Los derechos de los padres se limitarán a amar a sus
hijos y ejercer sobre ellos la única autoridad compatible con ese amor,
en la medida en que esta autoridad no atente contra su moralidad, su
desarrollo mental o su libertad futura. El matrimonio como acto civil y
político, al igual que cualquier otra intervención de la sociedad en
cuestiones amorosas, está llamado a desaparecer. Los niños serán
confiados —por naturaleza, y no por derecho— a sus madres, quedando la
prerrogativa de éstas bajo la supervisión racional de la sociedad.
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