lunes, 9 de enero de 2012

Diez preguntas sobre el anarquismo

lunes 9 de enero de 2012



* El antropólogo anarquista ibérico Antonio Pérez responde a un cuestionario que le envía el periodista argentino Arturo Borra.

A. Borra: Al menos en la Europa de la última década algunos movimientos sociales – tal como ocurre con el movimiento 15-M - han reactivado de forma más visible un cierto espíritu libertario. ¿Qué factores inciden en este retorno del anarquismo? De forma inversa: ¿por qué ese espíritu libertario no cuenta con apoyos sociales más amplios?

A. Pérez: Primero tendríamos que ponernos de acuerdo en la terminología. Por ejemplo, ¿qué significa “espíritu libertario”? Para los gringos, libertarian es sinónimo de ultra-neoliberalismo por lo que, para no confundirnos con el sentido europeo de esa palabra, mejor lo traduciríamos por libertariano. Por otra parte, en Latinoamérica, libertario tiene un significado muy amplio derivado de las gestas emancipadoras del siglo XIX; podríamos traducirlo como “libre” a secas, sin demasiadas connotaciones políticas. En España, libertario es sinónimo de anarquista pero el anarquismo es una visión del mundo que alberga una infinidad de interpretaciones, la mayoría científicas aunque tampoco faltan las metafóricas: si no todas, ¿cuál o cuáles encarnan el “espíritu libertario”?

Sea como fuere, el factor que más ha incidido públicamente en ese supuesto o real “retorno del anarquismo” ha sido la implosión de la URSS – y, antes, el Mayo 68 -. Al mejorar la información y la comunicación horizontal, Internet ha facilitado la autonomía individual constituyéndose así en otro factor libertario. Y, hasta cierto punto independientemente de estos factores obvios, las revueltas del 2011 han adoptado métodos asamblearios directos (es decir, libertarios) e incluso han cuestionado ese concepto de representatividad que, en la democracia al uso, se entiende como delegación. Implícita o explícitamente, han comenzado inspirándose en las experiencias libertarias pero aún no podemos saber si evolucionarán siendo fieles a su origen o si degenerarán hacia el reformismo.

En cuanto a los “apoyos sociales” del espíritu libertario, podemos ver el vaso medio lleno o medio vacío porque la Humanidad es medio altruista y medio egoísta, mitad racional mitad irracional, en parte libre y en parte esclava. Si entendemos el anarquismo no como un producto político materializado (e hipotéticamente mercantilizable) desde finales del siglo XIX sino como filosofía, su ‘apoyo social’ sería inmenso y atemporal puesto que incluiría desde el arte hasta la delincuencia a pecho descubierto.

A.B.: Admitamos que no hay garantías para la promesa de otro mundo posible. En esas condiciones de incertidumbre, ¿cómo movilizar a diferentes sujetos colectivos en la construcción de un porvenir deseado?

A.P.: Incertidumbre, cero: “Otro mundo” no sólo es posible y hasta necesario, imprescindible, inevitable, etc., sino que existen otros mundos. En este planeta coexisten miles de culturas; creer que el mundo se acaba en Occidente es burda propaganda eurocéntrica cuyo último fin es convencer a las masas de que el estatus quo es inamovible – en casos extremos, se intenta demostrar que, además, es el mejor de los posibles -.

Como no tengo madera de líder ni de mártir, tampoco tengo ni idea de cómo “movilizar a diferentes sujetos colectivos” pero estoy seguro de que ellos mismos pueden y deben encontrar la forma de movilizarse. Además, si no se les ocurre a ellos, ¿por qué tendría que ocurrírseme a mí?

A.B.: La frontera entre marxismo heterodoxo y anarquismo no siempre resulta nítida, aunque sus diferencias con respecto al estado son conocidas. En este punto, ¿qué puede aportar ese discurso marxista al movimiento libertario?

A.P.: Volvemos a la terminología: ¿qué es el “marxismo heterodoxo”? ¿el marxismo ortodoxo es el estalinista o lo son el consejista - auténticamente soviético -, el trostkista o cualesquiera otros? ¿Es marxista heterodoxo preguntarse si tienen una relación causa-efecto los libros de economía que escribió Marx y la táctica política conocida como leninismo?

El problema de la doxa u ortodoxia marxista deben estudiarlo los marxólogos y, si acaso, que ellos se lo enseñen a los marxistas. Por mi parte, creo que el desaforado Culto a los Antepasados que con delectación practicamos los occidentales, nos hace perder demasiado tiempo – como todo culto -. Desde el firme postulado de que el Hoy es producto del Ayer, mejor observar la variedad del mundo actual que ensimismarse en las interpretaciones que del Ayer se hicieron en el pasado. Al final, llegaremos a ordenamientos muy parecidos a los que, con palabras parecidas, ya hicieron nuestros antepasados pero ello no deberíamos entenderlo como una pérdida de tiempo sino, al contrario, como una corroboración retroactiva de nuestro trabajo.

En todo caso, el problema no se reduce a la terminología sino que ésta remite al problema de la mediación histórica y cultural. Me explico: al igual que la representatividad política ha degenerado en abandono de lo colectivo e individual – léase, la funesta delegación -, en la Teoría hay demasiada Historia de la Teoría de tal manera que, por ejemplo, solemos entender por ‘marxismo’ una acumulación de detritus regurgitados por sucesivas capas de interpretadores. Olvidemos las fuentes secundarias – que suelen ser más que terciarias - y vayamos a los originales. Quizá entonces descubramos lo mal que nos han contado la Historia y lo peor que estábamos entendiendo la Teoría.

No obstante, haciendo un esfuerzo para contestarte, añadiré que tanto el marxismo como el anarquismo son decimonónicos y, como coetáneos, son constructos cuyos textos utilizan tópicos y campos semánticos parecidos. Algo muy distinto son tanto sus conclusiones como la evolución posterior de éstas.

A.B.: ¿De qué forma podría concebirse la transición desde los actuales estados-nación a una sociedad sin estado, dando por sentado que los grupos hegemónicos ya despliegan todos los medios disponibles –sin excluir la violencia- para retener su régimen de privilegios? ¿Cómo se regularían los conflictos tanto en la vida pública como privada en esa sociedad autogobernada?

A.P.: En primer lugar, no existe el Estado-Nación o, si se prefiere, no existe un único Estado pegado cual garrapata a una única Nación y viceversa. O, dicho de otro modo, la Nación a la que pretende agarrarse – y representar - el Estado es una entelequia tan artificial como el Estado mismo. Ejemplos: la Nación Española es el producto que promociona el Estado Español y, como tal mercancía, tiene una raíz de Idea – o ideal - susceptible de ser manufacturada y, por ende, comerciada. Sin embargo, la Nación Vasca tiene una raíz ideal distinta, de ahí que al Estado Español le resulte imposible comerciarla al mismo tiempo que construye y negocia su Nación General.

Por lo demás, Estado es como llamamos hoy a la resultante de las componendas entre los grupos de poder que tienen más influencia sobre la sociedad. Como tal resultante, ha existido desde hace milenios, aunque desde siempre ha adaptado diversos modos de coerción – los estatistas dirían organización, soberanía, ciudadanía, administración, etc. -. Los muy distintos Estados Antiguos se fueron caracterizando de muchas formas pero el Estado Moderno se caracteriza por una principal: la exacción fiscal que inflinge al súbdito.

Ítem más, la “sociedad sin estado” es una aspiración, un desiderátum, una eutopía. Si entendemos ‘Estado’ como algo ligeramente distinto del Poder, podemos encontrar cientos de ejemplos de sociedades sin estado – incluso quedan algunos pueblos indígenas que se organizan así desde tiempos inmemoriales - pero, por desgracia, el Poder está siempre presente en las relaciones humanas, así sea mínima la asimetría entre los grupos de una sociedad, indígena y/o comunitaria.

Por otra parte, si leo detenidamente tu pregunta, subrayaría que los “grupos hegemónicos” no es que desplieguen “todos los medios disponibles – sin excluir la violencia - para retener sus privilegios”, no, la pregunta está desordenada. Es que han obtenido esos privilegios por la violencia y los mantienen en primer lugar gracias a ella. Luego podrán disimular sus armas letales y hasta las podrán sustituir por la (mala) educación de la (ex) ciudadanía pero siempre que las masas no olviden nunca que, a la menor desviación, volverán a aplicar la violencia.

En cuanto a la “transición” – vaya palabrita que has escogido - a la Eutopía, puede concebirse como resultado de una revolución y/o mutación pero, en teoría, también podríamos imaginarla como una reforma unidireccional permanente. Todo depende de dónde pongamos las etapas de lo que es un proceso tan antiguo como la Humanidad. Ahora bien, tan ingenuo sería creer que avanzamos hacia la Eutopía como creer que nos alejamos de ella. Hay indicios tanto de lo uno como de lo otro. He vivido con pueblos primitivos lo suficiente como para, considerándoles en general preferibles a los pueblos occidentales, aborrecer del “primitivismo” actual. Pero ello no me obliga a un imposible - abjurar de mi condición de occidental -. Al contrario, me ayuda a observar las contradicciones de Occidente y, en definitiva, a sostener que el término Progreso estorba más que ayuda.

“¿Cómo se regularían los conflictos tanto en la vida pública como privada en esa sociedad autogobernada?”: hay cientos de textos – la mayoría llamados ‘utópicos’ - que responden a tu pregunta pero, en general, se resumen en que lo público se regularía en lo público y lo privado en lo privado. Parece una perogrullada y, si la modernidad no fuera tan aberrante, debería serlo pero dista mucho de serlo desde el momento en que el Estado Moderno pretende regularlo todo siendo especialmente irritante su empeño en jibarizar la esfera de lo privado e inmiscuirse en lo que quede de ella – por sí mismo o religión mediante -.

A.B.: Uno de los reproches más repetidos con respecto a la izquierda es su dificultad de construir frentes de lucha en común. ¿Qué responsabilidades históricas tiene el anarquismo en la fragmentación de esos movimientos que buscan activamente una transformación social radical?

Suponiendo que por “izquierda” entendamos lo mismo – y por enésima vez volvemos a la terminología -, estaríamos ante la oposición a la hegemonía. Por definición. Desde este punto de vista, no creo que sea perjudicial la “dificultad de construir frentes de lucha en común”. La heterogeneidad es un valor en sí mismo y, además, la mejor manera de afrontar la primera necesidad táctica del Poder que es homogeneizar al pueblo. La supervivencia de los pueblos no occidentales y la mismísima vida planetaria se sustentan en esta variedad.

De este plano generalista pasamos a otro muy distinto, a saber, la “responsabilidad histórica” que le puede caber al anarquismo en la fragmentación de los movimientos llamémosles populares. ¿Y si lo planteáramos preguntando por la responsabilidad de los no anarquistas? Es muy probable que, al igual que plegándonos al lugar común de la responsabilidad anarquista, no llegáramos a ninguna conclusión plausible, documentada y constatable pero, al menos, habríamos abandonado una manía historiográfica.

La historiografía anarquista dispone de infinidad de estudios demostrativos de que la susodicha fragmentación – y derrota consiguiente - ha sido culpa de los no anarquistas y la historiografía de éstos dispone de otra infinidad de estudios demostrando lo contrario. Que cada palo aguante su vela porque hemos entrado en el mar de la Fe. Servidor - que algo ha estudiado de Historiografía en general -, quiere solamente subrayar que no admite la inferioridad que se le endilga sin ton ni son a la historiografía anarquista y menos si esa jerarquización proviene de académicos cuya Autoridad les ha sido concedida por el Poder.

A.B.: ¿Por qué deberíamos renunciar a abrir un frente de lucha también (aunque no solamente) en las instituciones del estado, considerando que sus políticas nos afectan de forma directa? ¿Qué posibilidades reales hay de articular «representación parlamentaria» y «democracia directa»?

A.P.: Obviamente, no tienen nada que ver la “democracia directa” y la “participación en las instituciones”, aunque sea reducida a la “representación parlamentaria”. Es más, por definición, la democracia directa es la antítesis de la democracia institucional – burguesa, occidental, formal, etc. - y no menos excluye a sus instituciones puesto que, siguiendo con el glosario, las instituciones son inventos estatales que pretenden justificarse en una cadena infinita de delegaciones de poder instaladas en sucesivos estratos de decisiones no decididas en asamblea, congreso o foro público alguno – o decididas en alguna de esas instancias pero en tiempos ignotos o remotísimos -.

El Estado es una institución total o suma de instituciones que, en su versión moderna, presume de una porosidad que, realmente, sólo está al alcance de herederos, trepas y mediocres – todos ellos amorales y, además, feos por definición -. Una de las trampas más groseras que nos pone este tipo de Estado es propagandear su porosidad al mismo tiempo que consolida su estanqueidad hasta convertirla en rasgo constitutivo. Es la exclusión máxima disfrazada malamente de igualdad. El sentido común y la Historia nos advierten de que cualquier colaboración con el Estado acaban en grave detrimento del pueblo.

A.B.: Una lectura habitual de la célebre expresión “pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas” es que ese pasaje equivale a una clausura de lo político, esto es, a una sociedad reconciliada, libre de antagonismos. En caso que resulte válida esa lectura, ¿hasta qué punto no se reintroduce un principio teológico en la historia humana, esto es, una dimensión mesiánica en la que el Otro es plenamente integrado a la comunidad?

A.P.: Si alguien me demuestra que las Cosas son independientes de los Hombres, entonces comenzaré a dejar de pensar que la frase “pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas” no es una solemne majadería. La susodicha frase no sería una imbecilidad cuando las Cosas y los Hombres fueran lo mismo, un extremo muy querido por aquellos a quienes les gustaría que, además de un número, el Hombre fuera un objeto – y el Estado moderno es tan extremista que lleva camino de conseguirlo -.

Además, la supuesta eficacia del “gobierno de las cosas” es la última pamema en la que se apoyan los propagandistas de la Tecnocracia siendo ésta un atentado a la razón y, en el fondo, una distopía literalmente inhumana. La dichosa Tecnocracia está otra vez de moda pero la teorización de sus ventajas, materializadas en el gobierno de los managers, directivos empresariales y/o técnicos a secas, es muy vieja. Por ejemplo, hace setenta años, James Burnham publicó un librito que se hizo rápidamente famoso y cuyo título lo dice todo: The Managerial Revolution, 1941.

Por otra parte, no entiendo qué relación puede haber entre las Cosas, un “principio teológico”, el mesianismo y la integración total del Otro en una comunidad. Sospecho que, en el jardín de Minerva, no por mucho abarcar amanece más temprano.

A.B.: En algunas variantes ácratas, de modo similar a lo que ocurre en el liberalismo, la noción de «poder», circunscripta al estado, es concebida en términos negativos y represivos. Ahora bien, ¿qué implica desistir de toda forma de poder? ¿Qué puede hacer el antipoder ante poderes imperiales globales, despreocupados de la injusticia cotidiana y de la violencia que ejercen sobre millones de seres humanos?

A.P.: ¿A qué liberalismo te refieres cuando afirmas que comparte con “algunas variantes ácratas” una noción de “poder”? En mi respuesta a tu primera pregunta, ya mencioné a los extremistas libertarianos gringos, esos que cacarean sobre el “adelgazamiento del Estado” cuando son sus hijos predilectos. Si te refieres a los libertarianos, el parecido con algún acratismo es tan superficial que ofende buscarlo puesto que los ácratas – todos ellos -, preconizan no adelgazar al Estado sino matarlo de hambre. Pero si te refieres al liberalismo histórico, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre a cuál de ellos aludes porque, con el paso del tiempo, el término ha variado completamente de significado – de cuasi sinónimo de libertario, ha pasado a ser hoy mera descripción de comportamientos individuales o, peor aún, comodín para etiquetar a cualquier partido sin imaginación -.

Otrosí, es imposible “desistir de toda forma de poder”. Los místicos que lo han intentado, han acabado sirviendo de excusa para colosales matanzas – piensa en santa Teresa, en El Conselleiro del sertón o en Ben Laden -. Nos guste o no, el más desvalido de los hombres tiene más poder que la lechuga o el pollo que se está comiendo. Definitivamente, el Hombre es el Rey del planeta. Otro tema sería averiguar si hay algún modo de que los hombres – con minúscula - dejen de “hacer el rey” con el planeta; es decir, dejen de comportarse como déspotas o como suicidas.

Por lo demás, “antipoder” es un neologismo que no mejora (sino al revés) el acreditado término “resistencia”. Todas las Resistencias han construido espacios públicos en los que no podía entrar el Poder. Si olvidamos el grado en que esos espacios eran internamente igualitarios, es un buen comienzo.

A.B.: La abolición de todo principio de jerarquía a menudo choca contra el reclamo de autoridad por parte de una subjetividad que con Guattari podemos denominar «capitalística». ¿Cuáles serían los espacios estratégicos fundamentales para cambiar esa subjetividad dominante y qué papel deberían jugar los intelectuales en este proceso de cambio?

Como vengo demostrando desde el principio de este cuestionario, cualquiera – incluso yo mismo - puede opinar sobre jerarquías, autoridades y subjetividades pero sobre don Félix Guattari sólo pueden opinar los cuatro o cinco guattarianos que debe haber en el mundo – guattaristas hay muchos más pero mejor no escucharlos -.

En cuanto a los “espacios estratégicos” para cambiar la “subjetividad dominante”, depende… de la terminología. Por ejemplo, ¿cómo es la subjetividad dominante?, ¿machista o feminista, afrodisíaca o anafrodisíaca, egocéntrica o egófoba? No por muchos conceptos y palabras que se acuñen amanecerá antes, tovarich.

Bromas aparte, los intelectuales orgánicos u oficiales presentan un grave problema: producen deliquios a mayor velocidad de la necesaria. O, si se prefiere, fabrican cultureta y vocabulario más rápidos que la realidad cotidiana y terminan citándose entre ellos justificando así el topicazo de que la endogamia produce monstruos. Más aún, cuando surge un nuevo fenómeno que exige una nueva conceptualización – ejemplo, lo nuclear o lo internético -, balbucean, cacarean, rumian (poco) y acaban refugiándose en las lenguas muertas (núcleo, holístico) Te lo asegura el intelectual de izquierdas que firma abajo: la mayoría de los analfabetos lo harían mejor… si no tuvieran televisión.

Ahora bien, no confundamos esta diatriba con las soflamas anti-intelectualistas y menos aún con el irracionalismo esotérico. Me he referido exclusivamente a los intelectuales que están al servicio del Poder, no a los verdaderos pensadores que, otra vez por definición, sólo pueden concebirse contra el Poder.

A.B.: La actual arremetida del capitalismo mundializado, facilitada por la institucionalización del estado de excepción, parece estar conduciéndonos a un punto de no retorno en el que el desastre ecológico y social es una posibilidad cierta, nada remota. ¿Cómo reinventar las luchas libertarias en el siglo XXI, considerando esta dinámica económico-política que nos enfrenta a una situación inédita en nuestra historia?

Vayamos por partes: el desaforado catastrofismo de este Occidente no es nuevo. Simplemente, es la forma moderna del tradicional milenarismo eurocéntrico. Ese que ve la paja en el ojo de los “salvajes” y no ve la viga en el propio. Otro tema es que ambos estén justificados o no. El catastrofismo de los salvajes está justificado por la Historia – desde hace siglos está siendo exterminada toda diferencia - y, en efecto, ahora también está justificado el occidental - pero ese ahora lo es sólo desde Hiroshima -.

Por lo tanto, desde la ideología occidental, la situación global no es inédita aunque ahora lo sea desde el punto de vista técnico.

La pregunta del millón es saber si la inventiva humana, hasta hoy relativamente eficaz en poner parches a la catástrofe, va a seguir siendo igualmente eficaz. Podría serlo técnicamente pero ello no garantizaría nada puesto que la invención de nuevas formas de organización social discurre por otros derroteros. De nada serviría inventar un paraguas que protegiera a la Tierra del poder atómico si continuara el actual proceso de concentración de poder. Antes o después, el Déspota encontraría la manera de agujerear el paraguas. No olvidemos que la frase preferida de estos encopetados suicidas es “después de mí, el Diluvio”.

¿Solución libertaria?: cuantos más y mejores libertarios seamos, mejor para la Tierra. E incluso para los opresores pues ya no podrán aniquilar a sus propios hijos.
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