miércoles, 8 de febrero de 2012

Pero ¿dónde está la revolución tunecina?

Hace un año, el 17 de diciembre de 2010, un joven vendedor ambulante de Sidi Buzid, una pequeña ciudad del centro oeste de Túnez, se inmolaba en público antes de que su mercancía fuera confiscada por la policía, dejándole sin recursos. Inmediatamente, empezó a extenderse por todo Túnez un movimiento popular y espontáneo de protesta, que llevó en menos de un mes, el 14 de enero de 2011, a la caída del presidente Ben Alí, y a su huida junto con los miembros de su clan de mafiosos. Estos acontecimientos desencadenaron entonces por todo el mundo un formidable impulso de entusiasmo y simpatía con el que se identificaron muchos de los que habían desesperado de ver aparecer un movimiento social digno de ese nombre. E inspiraron a otros países árabes, como Egipto, Libia y Siria. No es exagerado decir que ese impulso, si no ha desaparecido, ha decaído de un modo singular.

Elecciones libres ¿y luego?
La victoria del partido islamista Enahda el pasado 23 de octubre, durante las elecciones para la asamblea constituyente, ha sonado como un fin de fiesta. No obstante, si examinamos más atentamente los resultados de estas primeras elecciones, se nos ofrece otra lectura, diferente de la ofrecida por los medios: no se trata de aceptar la farsa electoral sino de retorcer el pescuezo a la propaganda mediática sobre una supuesta marea. Los medios han anunciado cifras de participación récord (¡90 por ciento!), han mostrado largas colas de espera ante los distritos electorales (en gran parte debidas a la complejidad del voto por lista y a los procedimientos de control), pero se han abstenido de dar las cifras reales. La campaña masiva para incitar a los tunecinos a inscribirse en las listas electorales se saldó con un medio fracaso: 4.200.000 inscritos solamente, hasta el punto de que la instancia encargada de supervisar las elecciones abrió estas a toda persona mayor de edad con documento identificativo… Sobre 7.569.000 electores potenciales, ha habido 3.702.627 votantes, o sea una participación del 48,9 por ciento, o sea un 51,1 por ciento de abstención. La cifra del 90 por ciento de participación solo tenía en cuenta a los inscritos en las listas electorales, y no a los autorizados a votar… La activa propaganda para la participación en las elecciones, a la que se sumaron las mezquitas en las prédicas de los imanes y el sindicato UGTT (Unión General del Trabajo de Túnez), que prohibió las huelgas durante la campaña oficial, no ha impedido a los abstencionistas estar a la cabeza. El apoliticismo, el desinterés, pero también la desconfianza, pueden explicar esa tasa de abstención en un país donde las elecciones han estado siempre trucadas. El partido Enahda recibe el 38,5 por ciento de los votos, que representan el 18,8 por ciento del cuerpo electoral: como consecuencia del sistema de semiproporcionalidad adoptado para estas elecciones, el resultado le otorga el 41 por ciento de los escaños en la asamblea constituyente, o sea 89 escaños de un total de 217. El 35,1 por ciento de los votos se quedaron en pequeñas listas que no llegaron al margen para obtener representantes (es la magia del sistema proporcional y de la dispersión de las listas…). Todas estas cifras están disponibles en la página de Internet de la instancia de supervisión de las elecciones tunecinas. Perdón por esta exhibición tan pesada, pero contribuye a relativizar esa famosa y difusa marea islamista, ¿no os parece? Plantea si sigue siendo necesaria la inanidad del sistema electoral, y el rasero por el que se distribuyen los certificados de buena conducta democrática. Pero al final es Enahda el que recupera su posición decisiva, teniendo como aliados a dos partidos laicos, el Congreso para la República (CPR), de Moncef Marzuki, y el partido Ettatakol de Mustafa Ben Jaffar: cito los nombres porque esos partidos están centrados en sus dirigentes y se confunden con ellos en la mente de muchos tunecinos. A pesar de todas las reservas de envergadura formuladas aquí, es el rechazo del sistema antiguo lo que se expresa con el voto, y se considera que los ganadores no han transigido con el antiguo régimen ni participado en los antiguos gobiernos. Moncef Markuzi, que hemos de reconocer que tuvo un actitud ejemplar durante la dictadura (fue uno de los pocos opositores laicos de izquierda que defendieron a los islamistas encarcelados por Ben Alí), se convierte en el presidente de la República, con unas prerrogativas muy reducidas. El puesto del primer ministro, con unas competencias más amplias que durante el antiguo régimen, corresponde a Hamadi Jebali, secretario general de Enahda. No obstante, hemos podido ver a lo largo de este intermedio entre el resultado de las elecciones y el anuncio de la composición del gobierno, la política de compromiso y de transacciones, los juegos y las negociaciones opacas, que han ocupado las cabeceras de la escena político-mediática.

La cuestión social, la gran ausente
La cuestión social sigue tan candente como lo estaba hace un año, o quizás peor todavía, agravada por la crisis, que afecta también a Túnez, que depende de Europa en una gran parte de su economía. En la región de Gafsa, las mismas causas producen los mismos efectos, los obreros y los parados han retomado, a finales de noviembre, su movimiento de huelga y de bloqueo de la producción de las minas de fosfato. En las semanas y meses posteriores al 14 de enero de 2011, los movimientos de huelga han afectado a todos los sectores de la producción, reclamando siempre aumento de sueldos, mejora de los precarios y contratación de los parados. Estos movimientos no coordinados, en sus diversas formas, han logrado a veces contrataciones, especialmente en la función pública, pero han sido a menudo calificados de contraproducentes por el gobierno y la dirección nacional de la UGTT, que han hecho todo lo posible por desacreditarlos, llegando incluso a acusar a los huelguistas de poner en peligro la revolución. Esta dirección nacional del sindicato está siempre bien situada aunque muchos de sus miembros han sido objeto de investigaciones judiciales por hechos comprobados de corrupción. Mientras que las jornadas insurreccionales de diciembre y enero habían visto nacer en numerosas ciudades y barrios comités populares revolucionarios, que han organizado la vida cotidiana en los peores momentos de la represión, los del sindicato han desaparecido prácticamente. Fueron los comités, todavía activos en ciertas regiones, los que rechazaron a los nuevos gobernadores (equivalentes a los delegados del Gobierno) cuando pertenecían al partido RCD de Ben Alí, o los que han organizado la ayuda a los refugiados libios. Hoy no hay estructuras políticas y sindicales suficientemente organizadas e implantadas que puedan llevar a cabo las reivindicaciones sociales y políticas del pueblo, del mismo modo que ninguna formación tunecina, ni siquiera las de extrema izquierda, se manifiesta abiertamente opuesta al sistema capitalista.
Mientras que el movimiento del pasado diciembre y enero sacaba adelante las aspiraciones sociales y políticas, reclamando de una sola tacada trabajo, libertad y justicia, sin ninguna referencia religiosa, resulta que el partido religioso se encuentra a la cabeza de un gobierno salido de un movimiento al que no tomó como tal. Sin duda es como para inquietar a los partidarios de la laicidad y la libertad. El fracaso de los partidos laicos es debido en primer lugar a su división y a su casi ausencia en el terreno en el que pudo intervenir Enahda a placer, haciendo propaganda de su pasado de mártir de Ben Alí, con sus 30.000 presos políticos. Pero también se debe al hecho de que el debate sobre la laicidad y el lugar que ha de ocupar la religión ha tomado tanta amplitud que los tunecinos se han confundido: en tiempos de Ben Alí, la represión contra los religiosos, ni siquiera políticos, era tal que la gente del pueblo asimiló la laicidad a esa represión. Y la urgencia actual es social: Enahda lo ha comprendido bien y sobre el terreno ha retomado incansablemente el discurso social, sobre todo de un modo caritativo y demagógico, distribuyendo dinero y promesas a los más desprotegidos, mientras que los partidos llamados de izquierda se destrozaban unos a otros en debates inaccesibles a la gente del pueblo.

Inorganización y desorganización
El movimiento popular que ha llevado a la caída de Ben Alí fue espontáneo y sin organizar al principio, aunque rápidamente los militantes sindicales de las secciones locales del sindicato UGTT apoyaron las manifestaciones, permitiendo su rápida difusión por todo el país. Los pocos partidos de la oposición permitidos en tiempos de Ben Alí no tenían ninguna base popular, y los partidos clandestinos, como el Partido Comunista Obrero Tunecino (PCOT) apenas tenían seguidores, excepto en la región de Gafsa, que conoció en 2008 un importante movimiento de oposición popular.
La huida del dictador y de su clan mafioso ha satisfecho a todo el mundo: ese ha sido el único momento en que los intereses de la mayoría de los tunecinos han coincidido, antes de que las diferencias de clase volvieran al primer plano. Porque desde que el dictador caído se ha marchado, los barones políticos del régimen han hecho todo lo posible por mantenerse. El aparato estatal, policial y administrativo, se ha visto muy perjudicado por los partidarios del antiguo régimen, que en su mayor parte están interesados sobre todo en conservar sus privilegios, incluso después de un lavado de cara. Las sólidas redes siguen siendo eficaces y funcionan a pleno rendimiento: el partido RCD ha sido disuelto y sus bienes confiscados por el Estado (¡que lleva varias semanas controlado por gente procedente de ese mismo partido!), pero sus partidarios no se han volatilizado: se colocan por donde pueden, se infiltran en los partidos llegando incluso a unirse al partido enemigo de ayer, el Enahda. La clase dominante está dispuesta a pactar con los islamistas, que no tienen ninguna intención de cuestionar el orden económico establecido.

El islamismo es soluble en el capitalismo
El programa económico de la gente que está actualmente en el poder consiste básicamente en volver a poner la economía en marcha, es decir, en relanzar el aparato de producción y permitir a los capitalistas que vuelvan a sus negocios. Buscan también créditos en los países emergentes (India, China) y las ricas petromonarquías del Golfo, como Catar, que se arroga el padrinazgo de los movimientos islamistas tunecino y libio: el nuevo ministro tunecino de Asuntos Exteriores es un antiguo empleado de la cadena internacional de televisión al-Jazira, con base en Catar… De ahí las declaraciones de después de las elecciones, tratando de tranquilizar a los mercados sobre las intenciones de los nuevos dueños de Túnez; y por último, los gobiernos occidentales, que habían sido poco exigentes con la dictadura, están ahora dispuestos a dar su apoyo a los que ayer abominaban de ella a poco bien que lleven los negocios. Como si lo hubieran estado deseando, y que la integración de Túnez en el mercado mundial continúe sin obstáculos…

Identidad y religión
La campaña electoral ha estado dominada en los medios de comunicación por el debate sobre la identidad musulmana de Túnez, con discusiones sobre la laicidad, concepto casi desconocido y no comprendido por la mayor parte de los tunecinos. Los islamistas de Enahda, muy hábilmente, la han reducido al ateísmo y la han asociado al comportamiento calificado de antirreligioso del antiguo régimen de Ben Alí. Los denominados partidos de izquierda han relajado la cuestión social para liarse en ese debate, ajeno a las preocupaciones inmediatas de la mayoría de la población. Las manifestaciones de salafistas, integristas extremistas, entre los que podemos preguntarnos hasta qué punto hay en ellas elementos policiales infiltrados, opuestos a la liberación de las costumbres y a la libre expresión de opiniones calificadas por ellos de blasfemas, han dado a los islamistas "moderados" de Enahda la oportunidad de presentarse como los mejores bastiones contra las derivas extremistas y como garantes de un término medio. El discurso oficial de los dirigentes pretende ser tranquilizador, especialmente en lo relativo al código del estatuto personal que da a los tunecinos la igualdad de derechos: pero muchos desconfían de ese doble discurso y temen que la situación empeore poco a poco hasta el cuestionamiento de esos derechos. Últimamente, han estallado enfrentamientos entre los elementos salafistas y los partidarios de la laicidad en las universidades, en torno a la cuestión del velo integral, el niqab, que los barbudos quieren que se vuelva a permitir en la facultad. Ante la sede de la asamblea constituyente, durante sus primeras sesiones, tuvo lugar una concentración de izquierda para presionar a los diputados: inmediatamente intervinieron los contramanifestantes proislamistas, llegando al enfrentamiento.

Una revolución por venir
Estos acontecimientos muestran claramente que la situación política y social actual de Túnez está lejos de ser tranquila. La ausencia de perspectivas a corto plazo, la decepción vinculada a la cuestión social no resuelta, la crisis económica: todos esos factores dejan augurar la continuación del movimiento popular. La cuestión está en saber qué forma tomará. Los tunecinos se están organizando y preparando un movimiento anarquista. Sí, son minoritarios, pero su voz podrá contar en un movimiento más amplio que sólo está en sus inicios. Porque un logro que hay que reconocer a esta revolución del 17 de diciembre es el fin del miedo. El pueblo tunecino al menos ha aprendido a luchar y a expresarse libremente, y a no dar su confianza ciega a los que pretenden decirles cuál es el paso a seguir. Los gérmenes de la cólera siguen ahí: paro, precariedad, miseria, desprecio. La revolución no ha empezado todavía de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario