sábado 4 de febrero de 2012
Es necesario, si se desea la regeneración de la civilización, que se ponga en marcha un proceso de desurbanización que vincule al ser humano a una vida libre en lo político, satisfactoria en lo convivencial, soberana en lo espiritual, en comunión con la naturaleza; que ponga fin al derroche de recursos materiales y energéticos que se realiza en la ciudad (en ella el consumo de energía por persona es el doble del de los núcleos poblacionales menores); que rompa con el estilo contranatural y artificioso de existencia propio de toda urbe; y que, verbigracia, permita la existencia de huertos y otros terrenos agrícolas anejos a todas las viviendas, donde se autoabastezca la población, con la correspondiente disminución del tráfico mercantil; que, al mismo tiempo, por tanto, posibilite que aquella recupere el gusto por el trabajo manual, y con él la salud física, el vigor corporal, la sana simplicidad en el estilo de vida y la euforia vital, hoy perdidas.
Este asunto merece una reflexión añadida. El trabajo manual fue despreciado en la Antigüedad, cuya sociedad estaba constituida sobre la ciudad y en detrimento del campo, porque era la actividad de los esclavos y de los sin poder. Fue el monacato cristiano (mejor dicho, su facción revolucionaria, que se constituye principalmente en el campo) el que realizo la gran hazaña de devolver a esa forma de práctica humana la dignidad que posee de manera natural, pero con fundamentales modificaciones: como tarea de los hombres y las mujeres libres; sin que fuera ligado a explotación ni a acumulación de riquezas en unas pocas manos; dirigido a producir lo indispensable y no lo superfluo o lujoso; realizado creativamente y como multiactividad; destinado al logro de fines extraeconómicos de naturaleza civilizante; llevado a cabo en colectividad; ocupando solo unas pocas horas cada día y quedando proscrito en los numerosos festivos; combinado con el trabajo intelectual; y, al menos como intención original, libre del pago de tributos al Estado.
El retorno a Aristóteles que realizo Tomás de Aquino en el siglo XIII, al tomar cuerpo en el siglo XIV tuvo tres efectos interrelacionados: se reintrodujo el régimen de tiranía política, el trabajo manual volvió a ser despreciado y la ciudad recupero la primacía que tuvo en Grecia y Roma (también, bajo el Islam), todo lo cual, no hace falta decirlo, constituyo un descomunal salto atrás, profundizado y perfeccionado siglo tras siglo hasta el presente.
De ahí deriva la cosmovisión, modo y estilo de vida actuales que rechazan el quehacer productivo manual y casi cualquier esfuerzo físico (salvo la gimnasia, el deporte y algunas otras actividades lúdicas menores realizadas siempre por minorías muy reducidas, mientras la gran mayoría queda condenada a la inactividad contempladora, la obesidad y la mala salud), considerando que ha de ser realizado por las maquinas. Pero el trabajo maquinizado es agotador, devastador, por el esfuerzo psíquico tan desmedido que demanda, porque embota la mente debido a su simplicidad, autoritarismo y monotonía y porque enferma el cuerpo pues le niega el quehacer muscular diario que le es imprescindible. Consecuencia de esto son unas gentes en trance de degenerar en lo somático: débiles, apopléticas y cargadas de dolencias (estado de cosas que, entre otros efectos aciagos, tiene el de hacerlas dependientes de la industria farmacéutica así como de la cada vez mas poderosa corporación médica), además de depresivas (el uso del sistema motor es euforizante en si mismo), cansinas y holgazanas. La gimnasia y el deporte no son ni pueden ser soluciones, pues son insuficientes como esfuerzo y tiempo de esfuerzo, y contienen un ridículo contrasentido: por un lado se encarga a las maquinas de realizar los trabajos de fuerza, con el consiguiente despilfarro de materias primas y energía, alargamiento de la jornada de trabajo-consumo, contaminación y otros males, y al mismo tiempo se impide al sujeto servirse de su potencia motriz orgánica.
Texto tomado del libro de Félix Rodrigo Mora “La Democracia y el Triunfo del Estado: Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora” (Ed. Manuscritos).
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